La primera vez que garabateó la idea, más de ocho mil kilómetros de tierra y mar lo separaban de Colombia.
Mientras escribía, miles de voces gritaban “¡Jorge, Jorge!” en su cabeza. Veía al niño elevando el brazo en señal de victoria, saludando a la hinchada, con lágrimas en los ojos. Todo el mundo lloraba. -Yo quiero hacer esto toda la vida-, pensó en ese entonces y lo pensaba ahora, mientras se le ocurría la idea de su vida.
“Pues si señores esa es la verdad
Que hay un señor de talento y razón,
Inteligente, despierto y gentil,
Que rinde culto siempre al corazón,
¿Quién es? ¿Quién es?
Ya lo voy a decir.”
Jorge tenía once años y una enfermedad huérfana. Desde el día en que lo conoció, el niño empezó a decirle Tío.
-¿Qué sueño tenés?- le preguntó una mañana en la que le pareció que la vida no daba espera.
-Quiero ser futbolista profesional del Cali- le respondió Jorge.
En ese momento él sabía que el niño se iba a morir, pero que el sueño iba a ser eterno. Así que puso su empeño y su saxofón, reunió a la banda y la barra del Frente Radical del Deportivo Cali en el Pascual Guerrero, -porque en ese entonces no existía el Palmaseca-, y le puso el pecho a un sueño ajeno que significó coraje y convicción.
“¡Dale! ¡Dale!” -Alentaba a la barra. Con Jorge estaba Diego, en medio de la cancha, mirando a la tribuna. Los dos niños, vestidos del Glorioso, el cinco de noviembre del 2012, le enseñaron la magia de crecer soñando, le demostraron que los sueños sí se hacían realidad.
“¿Quién es? ¿Quién es?
Ya lo voy a decir.”
Nació un viernes, veinticinco de febrero. Nació en plenilunio, como anunciando que su existencia, milagrosa, se haría camino a golpes de luz.
El niño que fue no desapareció nunca, ni siquiera cuando la vida se puso difícil y talaron su gualanday favorito, ni cuando sintió el miedo helado en el momento en que se le atravesó la moto, ni cuando mamá pasó días enteros en el hospital, ni cuando se hizo hombre y se echó al hombro la deuda de la imprenta. Porque la virtud de nacer en luna llena consiste en tener siempre alma de niño para cantar la vida como la cantó el dictado de Fito Páez, mirando hacia la Calle Estomba en Buenos Aires:
“Quién dijo que todo está perdido,
yo vengo a ofrecer mi corazón.”
En Francia, tres años después de cumplir el sueño de Jorge y de Diego, sentado en la silla de un bus, el porro de Pachito E’ché lo transportaba a ese día en el que transformó el mundo.
“Pues si señores esa es la verdad
Que hay un señor de talento y razón,
Inteligente, despierto y gentil,
Que rinde culto siempre al corazón,
¿Quién es? ¿Quién es?
Ya lo voy a decir.”
“-Yo quiero hacer esto toda la vida-“, pensó Lucas Bravo Reyes, garabateando en un cuaderno el nombre que llevaría la idea de su vida: Educambio.”
Por María Antonia González
Directora de Impacto Social
Educambio
Revisión y edición por:
Sara Abadía, estudiante del Masster in Fine Arts in Creative Writing de NYU
María José Espinosa, becaria del MPhil in Comparative Literature de la Universidad de Cambridge.